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5.9.05

John Doe (un cuento)

John Doe se sienta al borde de su cama, ve, sin mirar, al piso y hace una pausa. Contempla la perspectiva de otro día como lo ha hecho incontables veces ya, tanto que al mirar atras no logra distinguir un día de otro en su pasado. John levanta la mirada y recorre con ella cada centímetro de su insignificante apartamento gris.

Cuatro paredes marcan los confines de su habitat; cubiertas por una pintura tan descascarada y descolorida que ya no refleja, con fidelidad, ninguno de los parámetros de la escala cromática. Las paredes se muestran deshabitadas, con la salvedad hecha por un caledario que venció hace tres años, y que John conserva solo porque no ha reunido la convicción para tirarlo a la basura; un cuadro que en realidad es la foto de un paisaje recortada de una revista y que le recuerda a John un lugar que nunca ha visitado; una pequeña ventana imposible de abrir, y que enmarca una pared de ladrillo gris al otro lado del callejón; la cortinilla que se abre para dar paso al baño, y la puerta. En la puerta misma permanece abierto un ojo ciego: diminuta mirilla de vidrio opacada por la suciedad acumulada durante décadas. Completan el panorama una única silla, una mesa sobre la que se ven algunos recibos pendientes de pago y un par de revistas, un fregadero de acero cuya llave gotea rítmicamente sobre los trastos sucios, el mueble que hace las veces de trastero y despensa, un armario, la cama y la mesita de noche coronada por el despertador que siempre suena después de que John ya se ha despertado. A esa temprana hora del día ilumina todo la luz pálida de un bombillo desnudo que pende del cieloraso.


John desliza los pies dentro de las raídas pantuflas que están al pie de su cama, se incorpora y se dirige, lentamente, hacia la "cocina" de su vivienda. A un lado del fregadero reposan una hornilla, un cenicero lleno de colillas aplastadas y un "coffee maker". De este último se sirve John una taza de brebaje frío del que sobró el día anterior y que se constituye en su desayuno ésta mañana. John se da una ducha rápida a la vez que se cepilla los dientes. Luego se afeita frente al pequeño espejo sin marco mientras estudia con la mirada, algo desinteresadamente, la recesión de su rala cabellera gris. Aun después, John abre el armario y delibera por un rato, contemplando los cuatro trajes grises que componen su guardaropa de entre semana. Una vez vestido, John recoge su maletín, coloca sobre su brazo el sobretodo impermeable y el paraguas negro que le acompañan invariablemente cada vez que abandona la familiaridad de su entorno.

Ya una vez fuera, John mira de reojo a su muñeca para corroborar la hora que ya conoce con certeza antes de haber consultado su reloj. La mirada al frente, John se encamina hacia la calle y se confunde repentinamente entre una multitud de personas que caminan apresuradamente en todas direcciones. John se fija en un transeunte que casi le derriba al suelo al pasar a su lado y, repentinamente, contiene el aliento. Asombrado se da cuenta de que el hombre que le empujó es otro John Doe; viva imágen de si mismo hasta el último detalle: traje gris, paraguas, impermeable. John gira sobre si mismo, solo para darse cuenta de que alrededor suyo pasan mil John Does, todos avanzando con premura y absortos en si mismos, mirando sus relojes de reojo, cargando sus impermeables y paraguas sobre el brazo.

John despierta sobresaltado de su pesadilla, se incorpora sobre su codo y enciende la luz. Un sudor helado le moja la espalda. Su respiración entrecortada le agita el pecho. John Doe se sienta al borde de su cama, ve, sin mirar, al piso y hace una pausa. Contempla la perspectiva de otro día como lo ha hecho incontables veces ya, tanto que al mirar atras no logra distinguir un día de otro en su pasado...

5 Comments:

Blogger ilana dijo...

Como ya sabés eso de la decadencia de la sociedad moderna me mata;) me pregunto si no habrás leído el post del quinto jinete (hacia quien nos dirigió el casi restaurado Yuré) por la resonancia de ese hombre gris, el que desea cambiar el rumbo de su vida (son tantos tantos, ya sé, no tendrás que haberte basado en ese roce literario). Ya se van asomando los destellitos del Oscar escritor (ya que te hemos visto desde tu lente fotográfica). Fino el cierre del cuento.

6:03 p. m., septiembre 05, 2005  
Blogger Oscar dijo...

A Quinto no lo visito tan frecuentemente como quisiera, así que en realidad no tengo certeza a cual de sus (excelentes) posts te referís. La ocurrencia ésta la andaba rumiando hace unos días, pero no fue sino hasta hoy que me resolví a ponerle pies y cabeza. No pasa de mediocre, pero me complace que te tomaras el tiempito de leerla (y comentarla!). Gracias, amiga!

6:12 p. m., septiembre 05, 2005  
Blogger Floriella dijo...

Me gusto el desarrollo de la historia y el final, como dice Ilana, me parece que esta muy bien trabajado pues no me lo esperaba.
Es un cuento triste, pero lo mas triste talvez es que es la realidad de muchos.
Te felicito!

11:09 p. m., septiembre 05, 2005  
Blogger Solentiname dijo...

Very 1984-ish... yo conozco gente que ni las corbatas de seda italiana de colorines los ayudan a disimular lo gris que tienen la conciencia.

5:07 a. m., septiembre 06, 2005  
Blogger Dean CóRnito dijo...

Por un momento creí que describías la vida de uno de tus excompañeros de trabajo en la PGR, o de cualquiera de miles de burócratas públicos de este país. El final me hizo despertar. ¿Quién soy para creer que la realidad cotidiana de muchos en el sector privado es diferente? Excelente relato y, como dice Ilana, muy fino el final. Salud.

1:48 p. m., septiembre 06, 2005  

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