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27.10.05

Antes del adiós

El bus duró una hora y veinte minutos en llegar desde la frontera hasta el puente de Potrerillos, donde se bajó. Caminó hasta la caseta de la Guardia Rural y preguntó dónde quedaba la finca llamada Portones Negros. Le dijeron que tenía que devolverse cinco kilómetros. Ya iba a empezar a andar pero uno de los guardas le dijo que un carro salía para allí en un rato y que la podía llevar. Le agradeció el gesto y esperó.
Mientras el carro iba en marcha, aumentaba su ansiedad por llegar y abrazar a su hijo fuerte contra ella. Lo curioso es que la ansiedad se le manifestaba en forma de una fuerte opresión en el pecho. Estaba preocupada. Tenía más de dos meses de no saber nada de Manuel. Le parecía raro que ni siquiera hubiera mandado una carta, con sus letras chuecas y espaciadas. La abuela había cumplido años la semana pasada. Noventa y dos. Todavía estaba esperando carta de su nieto, quien nunca se olvidaba de esa fecha. Y los reales que les mandaba, aunque no eran muchos, no habían llegado en dos quincenas. Esperaba que fuera que estaba muy ocupado y no que le hubiera pasado algo. No, no lo creía. Las noticias cuando son malas vuelan y no se había sabido nada.
En diez minutos llegaron. Le dio las gracias al chofer por el favor y se encaminó hacia la que parecía ser la casa principal de la finca. Un chiquillo jugaba frente a la puerta y al verla salió corriendo alrededor de la casa. Reapareció por la puerta del frente, escondiéndose tras las enaguas de una señora grande y gorda que se secaba las manos en el delantal.
-¡Buenas!- dijo.
-Buenas tenga usté. ¿Qué se le ofrece?
-Me llamo Marta Largaespada. Vengo a buscar a m’hijo, Manuel. Me puede decir dónde encontrarlo, por favor.
La mujer volvió a ver al niño que bajó la mirada y se esfumó en la fresca oscuridad de la casa. La encaró de nuevo y le ofreció su mano regordeta.
-Yo soy Petrona, la cocinera. Pase pa’delante, por favor.
La siguió hasta la sala, donde el calor del mediodía se disipó. La apretazón en el pecho aumentaba con cada paso. Continuó hasta la cocina y la mujer le arrimó una silla, haciéndole ademán de que se sentara. Con la cabeza le dijo que no.
-¿Me puede llamar a Manuel?
-Señora, Manuel no puede venir.
-¿Cómo que no puede venir? ¿Salió? ¿Dónde está?
-Siéntese mejor.
-No quiero sentarme. ¿Dónde está Manuel?
-Señora, su hijo está muerto.
Sintió las rodillas doblarse y pegar duro contra el suelo de tablas, seguidas por su hombro izquierdo y su cabeza. Después no sintió nada.
Cuando abrió los ojos otra vez, estaba sentada en uno de los taburetes de la cocina, sostenida de un brazo por la robusta mujer y del otro por un hombre moreno y de nariz larga que no estaba ahí antes. Le ponían en la cara un trapo que despedía un olor penetrante, que hizo que le doliera la nariz por dentro.
-¿Se siente mejor?- le preguntó el hombre.
-¿Dónde está mi hijo?- insistió.
-Su hijo murió, señora- respondió él.
-Pero…¿cómo?
-Lo mataron. A machetazos. En un potrero cerca de aquí.
La mujer gorda callaba y le pareció ver lágrimas en sus ojos, pero no podía asegurarlo pues todo estaba borroso.
-Quién…¿quién lo mató? ¿Porqué?
-Creemos que fue el padre de una novia que tenía, a quien dejó embarazada.
-¿Cómo que creen? ¿No saben con seguridad?
-Sospechamos que él fue, porque poco después se fueron de acá. Toda la familia.
La cabeza se le hacía grande y pequeña. Sentía que se le iba a estallar. Y todavía no veía bien.
-¿Cuándo pasó? ¿Por qué no me avisaron? Por Dios…
-Hace un mes. Con la última luna llena. No supimos adonde dirigir el telegrama. Manuel nunca nos dio su dirección.
-¿Dónde está? ¿Me pueden llevar? Por favor…
El hombre se levantó de donde estaba agachado y la ayudó a levantarse, pero sus piernas no reaccionaron por lo que volvió a caer sentada. Agarró fuerzas de donde no tenía y se levantó al segundo intento.
La llevaron atrás de la casa, cerca de un matapalo donde estaba una cruz de madera, con el nombre de su Manuel pintado en azul. Sus rodillas cedieron de nuevo y cayó frente a ella. Esta vez, llevó la cara hasta la tierra seca y la regó con agua de sus ojos. Lloró hasta que se le vació el alma. Pensó en todas las cosas que no le había dicho a su hijo. En su risa zalamera. En sus ojos soñadores. En sus palabras de cariño para ella y para la abuela.
Volvió al día en que se despidió de él. Si hubiera sabido que no lo volvería a ver más lo habría abrazado tan fuerte. Lo habría besado tantas veces. No lo habría dejado ir. ¡Cuántas cosas podría haber hecho antes del adiós! Pero ahora de nada valía lo que hubiera podido ser. Su Manuel ya no estaba, ni estaría nunca más. Regresó a Nicaragua con las pocas cosas que tenía, con un hueco en el estómago y un vacío en el corazón, que no se llenaría jamás mientras viviera.

5 Comments:

Blogger Oscar dijo...

Flo, ni se te ocurra decirme que lo vas a dejar hasta a aquí, eh? Está demasiado bueno como para que sea la parte segunda y final, como habías dicho. No puede ser que aquí se acabe!

8:01 a. m., octubre 28, 2005  
Blogger Floriella dijo...

Dame chance entonces, se me acaba de ocurrir algo...

4:49 p. m., octubre 28, 2005  
Blogger Dean CóRnito dijo...

Qué bueno que se te acaba de ocurrir algo, porque esto está buenísimo. Espero ansioso la continuación.

10:57 a. m., octubre 29, 2005  
Blogger ilana dijo...

Te has abierto, IMHO, un espacio perfecto para un flashback y un plot twist;) Pido más.

4:30 p. m., octubre 29, 2005  
Blogger Floriella dijo...

Ay no me asusten! No se creen tantas y tan altas expectativas, chicos. I'm absolutely no good under pressure!
Tratare, pero no prometo nada...
:oS

8:55 p. m., octubre 29, 2005  

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