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17.11.05

Será como un fuego lento y constante...

Desde el inicio había sido una de esas relaciones extrañas en las que todo estaba decidido mucho antes de que se conocieran. Antes de que siquiera supieran que iban a estar juntos, ya estaba escrito lo que iba a pasar y cómo se iban a suceder las cosas. Como una piedra rodando hacia abajo en una pendiente lodosa, ganando momentum y volumen con cada metro que avanzaba, imparable, inevitable, así había sido el génesis y desarrollo de su historia.
Se oyeron por teléfono primero, cuando ella le pidió una cita para entrevistarlo acerca de su galardonado escrito en Mitología Escandinava. No tenía él espacio en su agenda para las siguientes tres semanas, entonces se comunicaron por e-mail y luego por chat. Después de cada conversación remota, ambos se quedaban con una sensación eléctrica entre la piel y los músculos, preguntándose el porqué de aquella reacción tan rara y sin precedentes para los dos.
Ella no sabía a ciencia cierta cuándo había empezado todo. Talvez cuando él le preguntó por chat si creía en la intuición. Talvez cuando ella le confesó, al ver su foto por primera vez, que lo conocía de algún lado, sin saber de dónde; perturbada porque nunca se olvidaba de una cara. O talvez cuando él le dijo que iban a estar juntos pronto; no que se iban a reunir pronto: que iban a estar juntos. Qué quería decir con eso este hombre?
Ella se preguntaba si la admiración que sentía por la forma en que él escribía, tenía algo que ver con lo que estaba sintiendo, pero lo descartaba pues había conocido a otros autores de temas que le interesaban y fascinaban, y nunca le había sucedido nada parecido. Había algo en aquel hombre, algo que le proyectaba mucha familiaridad, como si lo conociera desde toda la vida. Se hallaba cómoda hablando con él y, aunque no se habían conocido en persona, sentía que podía decirle cualquier cosa y aceptar cualquier cosa que él le dijera, como cierta. La escéptica, desconfiada y maliciosa reportera, vuelta crédula al cien por ciento ante un hombre que nunca había visto siquiera. Nadie que la conociera lo habría creído.
Él no se cuestionaba nada. Sólo estaba seguro de que esa mujer al otro lado de la red de comunicaciones sería suya en determinado momento. No sabía por cuánto tiempo, ni nadie lo podría saber, pero algo en la cabeza le gritaba que así sería. Por eso no tuvo reparo en decirle, en una de esas conversaciones, que había una conexión muy fuerte entre los dos y que eso era tan obvio, como que ella sentía lo mismo.
Ella guardó silencio por unos segundos y luego le preguntó cómo podía asegurar algo que no sabía.
Él le dijo:
–Nada más lo sé.
Se citaron para tomar café en pleno centro de la ciudad, un jueves a las quince horas. Ella llegó primero y maldijo en silencio el no haberse tardado un poco más arreglándose o parqueando. No había querido llegar primero para no evidenciar su compulsiva ansiedad, pero la verdad, se la estaba comiendo la curiosidad por saber si aquel hombre le transmitiría en vivo y en directo, la misma cantidad de adrenalina que le inyectaba cuando charlaban por el chat room. Miraba hacia la puerta con insistencia para ver si lo veía llegar, pero decidió sentarse mejor de espaldas a ella, para evitar parecer más ansiosa de lo que era considerado decente. De pronto, oyó una voz ronca y pausada muy cerca de su oído derecho que le cantaba un “hola” seguido de su nombre como nunca antes lo había escuchado, y un seco escalofrío la recorrió de cuerpo entero. Se volteó para encararlo y se topó de frente con los ojos más negros que hubiera visto en la vida. Su mirada la envolvió como un halo de pasado y el deja vouz se apropió de sus pensamientos. Por eso no se movió cuando él se acercó y depositó un leve roce labios en los de ella. Como si lo hubieran hecho miles de veces antes. Como si se hubieran encontrado siempre en aquel café y su saludo fuera siempre el mismo.
Cuando reaccionó, lo único que pudo hacer fue parpadear con furia, como tratando de despertar de un sueño, y sacudir con gracia la cabeza para volver a sentir contacto con el suelo y bajar de la nube en la que se hallaba perdida.
Él fue directo en ese primer encuentro. Le dijo que no se podía negar lo innegable. La química era aun más fuerte en persona y él le dijo que ambos sabían muy bien adonde iban a terminar eventualmente y ella lo aceptó como algo implícito entre los dos; como algo que no iba a cuestionarse.
Ella no lo podía negar tampoco. Lo sabía. Lo sentía. Lo anhelaba.
La primera vez que estuvieron juntos, solos, desnudos, fue como si una lanza caliente la atravesara de cuerpo entero, a lo largo. Sus besos también la quemaban, dejando llagas en su cuerpo; heridas abiertas que ardían y dolían placenteramente. Todo se había sucedido como en cámara lenta, por lo que recordaba con precisión cada movimiento, cada recorrer pausado de los dedos de él por sus senos, cada incrustación de su pelvis en la suya, cada lengüetazo en sus muslos y su espalda. Murió tantas veces en su piel esa noche que había perdido la cuenta.
Él la había hecho suya aquella primera vez como si de ello dependiera su vida, como si no hubiera mañana, porque llevaba años esperando por aquella mujer de largos cabellos que se desvanecía de placer entre sus brazos, y le daba miedo que al amanecer ella desapareciera con el primer rayo de sol. La había hecho estremecerse hasta las lágrimas. La había hecho gritar hasta ahogarse su voz en un gemido. La había hecho pronunciar su nombre con la fuerza de un trueno lanzado por una deidad femenina. La hizo también clavarle las uñas en la espalda y las nalgas como aferrándose a una tabla de salvación que la libraría de caer en el abismo de placer indómito que él le ofrecía, donde sabía quedarían perdidas su voluntad y su razón para siempre.
Ella, al final, se dejó ir. Se entregó sin contemplaciones ni miramientos a esa pasión intensa que los consumía como un fuego lento y constante, y reconoció la conexión de las dos almas a un nivel más allá de lo imaginado por ella. Casi podía asegurar que se tuvieron que haber conocido en una vida pasada, si no en varias, porque era imposible que existiera una fuerza gravitacional tan fuerte entre los dos cuerpos, sin que ésta tuviera sus orígenes en algo metafísico. No había otra explicación.

Epílogo: Nadie sabe como termina la historia. Ni siquiera se sabe si terminará algún día, pues bien puede seguirse sucediendo vida tras vida, por toda la eternidad.

1 Comments:

Blogger Solentiname dijo...

bien dicen que los enredos se sabe donde empiezan, pero nunca donde terminan. Como las espirales de violencia.

8:58 a. m., noviembre 19, 2005  

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