Palabras
Creo que fue el comediante George Burns el que dijo algo así: "Prefiero ser un fracasado en algo que ame hacer, que un éxito en algo que odie".
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Yo tuve mi primer contacto con las palabras escritas a una edad que a muchos se les antojará temprana. Fue -en definitiva no gracias a ninguna especial predisposición mía, que no la tengo, sino más bien debido a la paciencia y cariño de un viejo maravilloso que es mi padre- alrededor de mi cuarto cumpleaños que yo aprendí a leer y escribir. Por supuesto que a esas edades me podía considerar dichoso de comprender una de cada veinte palabras que leía. Usualmente estaban -de forma muy vaga- dentro del alcance de mi intelecto los significados de sustantivos casi inequívocos como "automóvil", "casa", "perro", y otros por el estilo. No obstante, casi desde que conseguí poner una letra delante de otra -de manera coherente, no algo que se leyera "mkedxfgd"- y, tartamudeando, leer letras concatenadas; me encontré atrapado por la maravilla y la magia de la palabra escrita.
Pasé una cantidad considerable -muy cerca de lo que pueda considerarse a todas luces saludable- del tiempo libre de mis años de infancia leyendo. Al principio leía -de la manera más indiscriminada- casi cualquier material impreso que cayera en mis manos: el periódico del día, cualquier revista que encontrara a mano, ¡las cajas del cereal! Luego, a medida que lograba ir comprendiendo ideas algo más elaboradas, símiles, hipérboles y otros intríngulis de la palabra escrita; me volví afecto a leer traducciones de las novelas de Salgari, Verne, Stevenson, H.G. Wells, y otros. Recuerdo también una época en que me atrapó -sabrá Dios el porqué de esa particular fascinación- un libro acerca de la mitología greco-romana. ¡Recuerdo también que, por esas épocas, mi madrecita tenía que amenazarme con algo de disciplina física muy seguido para hacerme apagar la luz y dormirme, porque por leer perdía siempre la noción del tiempo, me dormía siempre de madrugada, y llegaba invariablemente tarde al día siguiente a la escuela!
Como yo poco menos que devoraba cualquier lectura que tuviera a mano, los libros se volvieron en indispensables regalos por parte de mis parientes para mis cumpleaños, navidad, día de Reyes, y cualquier otra ocasión -o no ocasión- posible. Mi abuela también me puso en posesión (una de las cosas que con mas cariño recuerdo de la entrañable viejita) de pilas enteras de libros que habían pertenecido a mi "tata" y a mis tíos y tías.
Durante mi adolescencia incrementé -si tal cosa era ya posible- la cantidad de libros que "aspiraba". Con la adquisición de un poco mas de discernimiento, empecé a gustar de algunos de los verdaderos clásicos de la literatura. Allí llegaron el "Moby Dick" de Melville, el "Frankenstein" de Shelly, los "Viajes" de Marco Polo, el "Cuento de Dos Ciudades" de Dickens, el "Drácula" de Stoker, "Los Miserables" y "El Jorobado de Notre-Dame" de Victor Hugo, el "Conde de Montecristo" y los "Romances de D'Artagnan" de Dumas, la "Guerra y la Paz" de Tolstoi, la "Amada Inmóvil" de Ricardo Eliécer Neftalí Reyes Basoalto (Neruda), las "Hojas de Pasto" de Whitman, las "Crónicas de Narnia" de Lewis, toda la trilogía del "Señor de los Anillos" de Tolkien (amén del "Silmarillion", "Farmer Giles of Ham", "Las Aventuras de Tom Bombadil", "Sir Gawain y el Caballero Verde"), casi cualquier cosa escrita por Twain, la "Granja de Animales" y el "1984" de Orwell... y ¡en realidad pierdo la cuenta de cuantos otros! Muchos de esos libros han permanecido -fieles compañeros- conmigo a lo largo de mi vida, pues, a medida que voy sumando años a mi vida, sigo deleitándome al encontrar en ellos nuevos detalles, segundas lecturas, significados entre las líneas.
La palabra escrita -escrita con maestría, elegancia, inspiración y clase; debo añadir- siempre me ha cautivado. Un buen libro tiene la peculiar capacidad de absorberme dentro de sus páginas, y no es extraño que ni siquiera escuche lo que me hablan cuando leo algo que de verdad me gusta. Las palabras de un buen autor tienen el poder de evocar formas, colores, sabores, sentimientos, sensaciones e ideas como casi ninguna otra forma de expresión. En lo que a mi respecta, una de las mayores mentiras jamás dichas es el cuento ese de que una imagen vale mas que mil palabras. El asunto, cuando se lee a alguien que sepa de verdad escribir, es a la inversa.
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Recientemente sucumbí al capricho de dármelas de escritor. Reconozco con la cabeza baja que carezco de talento para hacerlo y, para colmo de males, rara es la ocasión en que siquiera se me ocurre algo sobre lo que valga la pena escribir -de aquí que termine escribiendo petulancias como la presente la mayoría del tiempo. Tengo pedazos de papel sueltos por todas partes, con apuntes inconexos de ideas que creo puedan quizá germinar en un "post" que medio se deje leer, ocurrencias que me vienen a la cabeza en algún sueño y que a la luz del día -y de una subsecuente reconsideración- se vuelven absurdas, y notas que refieren a cosas que ya ni siquiera comprendo. Pero mi placer por las palabras unidas en frases y frases unidas para expresar ideas permanece. Aunque mis frases sean mediocres, y mis ideas ininteligibles -salvo talvez para mi mismo- la mayoría del tiempo, soy esclavo incondicional de las palabras, y a mi humilde manera seguiré, como dice Burns, siendo un fracaso en algo que amo.
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