El Encuentro
Le conozco desde lo que pareciera toda mi vida. Y, sin embargo, me doy cuenta de que no le conozco para nada. Aun consigue desconcertarme con alguna sorpresa inesperada. En raras ocasiones puede que sea algo agradable, pero la mayoría de las veces lo que proviene de él no resulta ser para mi mas que una nueva desilusión. No somos realmente enemigos; y aunque ambos sabemos que, de manera recíproca, cada uno de nosotros ha sido siempre la causa de los infortunios del otro; hay también un rastro lejano de apreciación tácita entre los dos. De diferentes maneras ambos nos debemos, el uno a otro, nuestras existencias.
Si uno le da algo de consideración al asunto, es casi irónico darse cuenta que tengamos tantísimo en comun entre él y yo, y que, no obstante, seamos tan diametralmente opuestos en nuestras naturalezas. Mientras estábamos allí, uno frente al otro, no pude evitar darme cuenta que ya está visiblemente mas viejo que la última vez que nos encontramos. Ya se notan mas canas en su cabeza, las ojeras bajo sus ojos se han acentuado y las pupílas denotan cansancio. El abdomen, otrora firme, ya se abulta levemente, dejando en evidencia que ya no se ocupa de si mismo con el esmero que se tenía en otros tiempos. Me embargó una vaga melancolía al comprender que los años lo empujan cuesta abajo, lenta pero inexorablemente. Ya nunca será quien fue.
Mientras mi cabeza daba vueltas a todos esos sentimientos e ideas, ambiguos y contradictorios entre si, nos acercamos un poco y nos observamos las caras. Lo hicimos sin decir una palabra, porque entre nosotros las palabras siempre han sobrado y, en todo caso, se vería extrañamente fuera de lugar una conversación de cualquier índole entre nosotros. Así, a escasa distancia, una especie de entendimiento no expresado cruzó el espacio intangible entre ambos. Los dos esbozamos en la comisura de la boca, al mismo tiempo, un asomo de sonrisa triste. Finalmente apartamos las miradas. Yo recuperé el control de mi movimiento, perdido temporalmente por el encuentro que, aunque en realidad breve, siempre se me antoja como una eternidad.
Me alejé de allí con paso apresurado y sin volver a ver atrás, pero anticipando secretamente la próxima vez que nos veamos. Él, mientras tanto, se adentró de nuevo en el espejo.
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