<body><script type="text/javascript"> function setAttributeOnload(object, attribute, val) { if(window.addEventListener) { window.addEventListener('load', function(){ object[attribute] = val; }, false); } else { window.attachEvent('onload', function(){ object[attribute] = val; }); } } </script> <div id="navbar-iframe-container"></div> <script type="text/javascript" src="https://apis.google.com/js/platform.js"></script> <script type="text/javascript"> gapi.load("gapi.iframes:gapi.iframes.style.bubble", function() { if (gapi.iframes && gapi.iframes.getContext) { gapi.iframes.getContext().openChild({ url: 'https://www.blogger.com/navbar.g?targetBlogID\x3d15843670\x26blogName\x3dDe+Blogueros+y+Blogs\x26publishMode\x3dPUBLISH_MODE_BLOGSPOT\x26navbarType\x3dSILVER\x26layoutType\x3dCLASSIC\x26searchRoot\x3dhttps://blogersyblogs.blogspot.com/search\x26blogLocale\x3des_CR\x26v\x3d2\x26homepageUrl\x3dhttp://blogersyblogs.blogspot.com/\x26vt\x3d-5470086084572619415', where: document.getElementById("navbar-iframe-container"), id: "navbar-iframe" }); } }); </script>

24.3.06

Yo, Autor (algunas ocurrencias inconexas)

Hay muchos suertudos por ahí que hacen de las letras sus esclavas. Ellos y ellas pueden verter en palabras sus ideas, no solo con precisión, sino con claridad, originalidad, pasión y gusto. Vos lees lo que escriban, e inmediatamente te ves cautivo en las frases sencillas y directas, o floridas y oblicuas, pero siempre escritas con un talento y una gracia que no nos permiten despegar los ojos hasta haber llegado al punto final. Quienes así escriben están dotados del poder de hacernos reir a carcajadas, de llorar conmovidos, de hacernos meditar y reconsiderarnos a nosotros mismos, de comprender realidades, y de creer y vivir hasta las ficciones mas descabelladas.

En contrapunto, otros tenemos que devanarnos los sesos en busca de una idea sobre la que valga la pena escribir y forzarla a tomar forma, porque la inspiración, que para aquellos es cosa cotidiana, para nosotros es una utopía. Luego, nos vemos enfrentados en una lucha de las de cuerpo a cuerpo con palabras huidizas y frases incoherentes, de toda suerte que lo que aparece de una forma en nuestras imaginaciones nunca se ve ni parecido cuando está finalmente en negro sobre blanco.

***

Un escritor amigo mío me decía un día que -a fín de escribir algo que medianamente valga la pena leer por otro que no sea el que lo escribió en un principio- siempre es aconsejable escribir sobre un tópico que se domine. En otras palabras, siempre es más efectivo escribir sobre lo que se conoce, y no acerca de aquello sobre lo que solo tenemos nociones vagas. Ahí, ahí al prestar atención al maldito consejo de mi amigo -y no por malintencionado, que no lo era de ninguna manera- fue cuando comprendí a plenitud que mis días como incipiente autor estaban contados.

***

El mismo escritor -tipo apacible y amigo queridísimo, que soporta con benedictina paciencia mis vanas aspiraciones, y responde con sapiencia hasta mis preguntas mas imbéciles sobre la vocación de escribir- me explicaba que siempre ayuda, de previo a acometer la tarea de garrapatear, el establecer un ambiente propicio a tal esfuerzo. De ahí que un día, cuando llegué a la casa al final de un agotador día de labores, apagué las luces de la oficina y dejé encendida solamente la lámpara de mi escritorio, me serví una copa de buen brandy, alisté mi pipa con un tabaco arómatico de mi predilección, puse algo de jazz suave como tema musical a mis ideas, me senté y asumí pose de Hemingway criollo, y me apresté a rumiar las ocurrencias que habría de redactar y plasmar en mi primera gran obra sobresaliente...

Tres horas después -creo que alrededor de la media noche- me fuí a la cama, medio borracho, con una jaqueca que me partía el craneo, y desentendiéndome por fin de media resma de papel en blanco y otra cantidad similar que llenaba al tope la papelera.

***

Montesquieu definió alguna vez a un autor como "(...)un necio que, no contento con aburrir a aquellos con los que vive, insiste en aburrir a las generaciones futuras".

¡Gracias por la voz de aliento, Montesquieu!

***

C.S. Lewis escribió que "(...) aun en la literatura y en el arte, ningun hombre que se preocupe por la originalidad será nunca original: en el tanto y cuanto uno simplemente trate de decir la verdad (sin importarle un pepino que tantas veces haya sido dicha antes) uno, nueve de cada diez veces, se convertirá en un original sin siquiera darse cuenta".

El rasgo mas sobresaliente de mi personalidad -y no voy a caer en la trampa de analizar si es una característica positiva o una maldición sempiterna- es mi testarudez y obstinación. Ya mismo voy a ocuparme en escribir acerca de un par de ideas que se me acaban de ocurrir.

Eso, o me voy a servir un brandy y a fumarme algun buen tabaco.

Te Interesa Leer El Resto?

Cambiar Al Mundo

El tipo de esta historia es uno de esos a los que muchos consideran anticuados, fuera de lugar, y hasta un poco raros. Nuestro protagonista saluda indiscriminadamente a todas las personas con las que cruza su camino, sean conocidos de años o perfectos extraños a los que no ha visto nunca. Dice siempre "¡Muchas gracias!" cuando recibe el mas ínfimo favor y, cuando otro le agradece algo, siempre está presto a responder “Con mucho gusto”, “Es un verdadero placer”, “No tiene Ud. por qué darme las gracias”, o alguna otra frase -nunca expresada por mera fórmula, sino con absoluta convicción- por medio de la cual intenta comunicar que lo que haya hecho es su propia retribución, y que no cree merecer en realidad que se le agradezca.

Este individuo está indefectiblemente pronto a ceder su asiento, su lugar en la fila, o la prioridad de paso a otro vehículo o a un transeúnte. Es de esas personas que intercambian cordialidades -siempre iniciadas por él- con su vecino todas las mañanas cuando se dirige a su trabajo, que todos los días deposita una moneda en la mano del tipo que -llueva o haga sol- siempre pide en la misma intersección, que deja de lado cualquier tarea que tenga entre manos para asistir a alguien que solicite ayuda.

He sabido -de buena fuente- que este hombre ha perdido sumas diversas de dinero; dinero que ha prestado a algún pariente y amigo que “olvida” la deuda, o por tener que verse forzado a cubrir obligaciones pecuniarias en las que accedió a fungir como garante. No obstante, siempre está anuente a prestar de nuevo, o a estampar aun una vez más su rúbrica en el espacio destinado al fiador. Y ¡ni que decir de las herramientas, libros u otras cosas varias que a lo largo de los años ha prestado de la más buena gana a quien se los ha pedido prestados; y que nunca parecieran encontrar el camino de vuelta a su legítimo dueño! Nuestro hombre, que tiene una percepción de la honorabilidad completamente extraña a muchos de nosotros, se siente avergonzado por la mera posibilidad de pedir que le retornen un artículo dado en préstamo.

Ah, pero eso si, para este inusual sujeto la palabra que empeña es un vínculo indisoluble, sus deudas son ineludibles, un apretón de manos tiene plena fuerza contractual. Cree intrínsecamente en las personas, y no se ha permitido corroer todavía por la desconfianza cuando otro le desilusiona.

Tengo que confesar que, la mayoría de las veces, no consigo entender o asimilar las actitudes de éste individuo. No obstante, le he conocido por años, y le profeso un afecto sincero y profundo. Un día -cínico sin remedio como soy- le decía que, en un mundo rápido, implacablemente cruel y despersonalizado como en el que vivimos, sus actitudes se me antojaban como caprichosas y fútiles. Nuestra conversación se desarrollaba más o menos así:

-Mirá, la verdad es que a veces no te entiendo. Vos seguís tropezando en las mismas piedras todo el tiempo. ¿No te das cuenta acaso de que la gente abusa de vos? Nadie te ve como un hombre bueno. ¡Te ven como a un tipo más bien medio tonto, del que es facilísimo seguir aprovechándose una y otra vez!

Mi amigo, con su habitual candor, me respondió:

-Diay, así soy yo. Me siento bien siendo tal y como soy. Me satisface vivir la vida tal y como la vivo. Yo aun creo en la gente, creo en el amor, creo en la compasión. Si se que está dentro de mis posibilidades el hacer la diferencia para alguien mas, me gusta poder hacerlo.

Yo, que aun no había cejado en mi intención de provocarlo, le dije:

-¿Vos te creés que, con tus actitudes, vas a hacer alguna diferencia? ¿No te das cuenta que, no importa lo que vos hagás, la situación general en el mundo no va a cambiar?

Ante esto último, mi amigo me miró con intensidad a los ojos por un instante. Luego me devolvió, gentilmente pero con firmeza, la siguiente respuesta, con la que consiguió silenciar la tonta insolencia con la que yo le increpaba:

-Te equivocás, amigo. No me creo tanto como para pensar que puedo cambiar el mundo. Mis actitudes, las cosas que hago, la forma en que soy… todo ello es para dejarle saber al mundo que, no importa el cariz que adquieran las cosas, el mundo nunca me va a cambiar a mí.

Te Interesa Leer El Resto?