Yo, Autor (algunas ocurrencias inconexas)
En contrapunto, otros tenemos que devanarnos los sesos en busca de una idea sobre la que valga la pena escribir y forzarla a tomar forma, porque la inspiración, que para aquellos es cosa cotidiana, para nosotros es una utopía. Luego, nos vemos enfrentados en una lucha de las de cuerpo a cuerpo con palabras huidizas y frases incoherentes, de toda suerte que lo que aparece de una forma en nuestras imaginaciones nunca se ve ni parecido cuando está finalmente en negro sobre blanco.
Un escritor amigo mío me decía un día que -a fín de escribir algo que medianamente valga la pena leer por otro que no sea el que lo escribió en un principio- siempre es aconsejable escribir sobre un tópico que se domine. En otras palabras, siempre es más efectivo escribir sobre lo que se conoce, y no acerca de aquello sobre lo que solo tenemos nociones vagas. Ahí, ahí al prestar atención al maldito consejo de mi amigo -y no por malintencionado, que no lo era de ninguna manera- fue cuando comprendí a plenitud que mis días como incipiente autor estaban contados.
El mismo escritor -tipo apacible y amigo queridísimo, que soporta con benedictina paciencia mis vanas aspiraciones, y responde con sapiencia hasta mis preguntas mas imbéciles sobre la vocación de escribir- me explicaba que siempre ayuda, de previo a acometer la tarea de garrapatear, el establecer un ambiente propicio a tal esfuerzo. De ahí que un día, cuando llegué a la casa al final de un agotador día de labores, apagué las luces de la oficina y dejé encendida solamente la lámpara de mi escritorio, me serví una copa de buen brandy, alisté mi pipa con un tabaco arómatico de mi predilección, puse algo de jazz suave como tema musical a mis ideas, me senté y asumí pose de Hemingway criollo, y me apresté a rumiar las ocurrencias que habría de redactar y plasmar en mi primera gran obra sobresaliente...
Tres horas después -creo que alrededor de la media noche- me fuí a la cama, medio borracho, con una jaqueca que me partía el craneo, y desentendiéndome por fin de media resma de papel en blanco y otra cantidad similar que llenaba al tope la papelera.
Montesquieu definió alguna vez a un autor como "(...)un necio que, no contento con aburrir a aquellos con los que vive, insiste en aburrir a las generaciones futuras".
¡Gracias por la voz de aliento, Montesquieu!
C.S. Lewis escribió que "(...) aun en la literatura y en el arte, ningun hombre que se preocupe por la originalidad será nunca original: en el tanto y cuanto uno simplemente trate de decir la verdad (sin importarle un pepino que tantas veces haya sido dicha antes) uno, nueve de cada diez veces, se convertirá en un original sin siquiera darse cuenta".
El rasgo mas sobresaliente de mi personalidad -y no voy a caer en la trampa de analizar si es una característica positiva o una maldición sempiterna- es mi testarudez y obstinación. Ya mismo voy a ocuparme en escribir acerca de un par de ideas que se me acaban de ocurrir.
Eso, o me voy a servir un brandy y a fumarme algun buen tabaco.
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